Cuba probable. La transición socialista y el nuevo gobierno.
por Rafael Hernández
En la noche del 19 de abril de 2018, se anunció una lluvia
de estrellas. Para los astrónomos, que estudian el cielo, este fenómeno no
encierra ningún misterio, pues se trata del rastro dejado por la estela del
cometa Halley en nuestro sistema solar. Aunque resulta absolutamente predecible, cuando esta lluvia alcance su clímax, será
única, distinta a cualquiera anterior, e irrepetible como evento cósmico. Es
decir, imposible de anticipar en todas sus luces y variaciones. Este
acontecimiento comparte algunos rasgos con los cambios que ya vienen
desarrollándose en Cuba en 2017-2018.
De entrada, ciertas preguntas y predicciones sobre las
elecciones y el nuevo gobierno cubano parecen
flotar en una especie de ingravidez propia del espacio exterior.
¿Podrá estar listo “un nuevo presidente que no se apellide
Castro” ante una situación tan peligrosa? ¿Qué podrá hacer frente a esa
“tormenta perfecta de desafíos –empezando por los vientos huracanados de
Trump”? (Whitefield y Gámez, 2017) ¿Quién es “ese burócrata del Partido” [Miguel
Díaz-Canel] del que nadie sabe nada?
(Erikson, 2017) ¿Cuáles serán “los valores e intereses del equipo que
apunta a tomar las riendas del Estado cubano”? (López-Levy, 2018) ¿Qué podrá
pasar con este candidato a presidente “sin apoyo dentro del PCC ni entre los
militares”? (Suchlicki, 2017) ¿Qué podrá decidir este nuevo presidente que
seguro tendrá a “Raúl y al resto del clan Castro encima de él”? (Hare, 2017)
¿Es “concebible que un futuro conflicto entre el partido y el Ejército pudiera
producir un terremoto político, que en teoría generaría una transición política
hacia la democracia”? (Corrales y Loxton, 2018).
Su capacidad de pronóstico rebasa a la de los astrónomos:
esta “sucesión autoritaria”, que priva de “legitimidad interna y externa al
nuevo mandatario”, lo condenaría a ser
un simple engranaje de la “inmutabilidad política”, o sea, a paralizar las
reformas y dejar todo está (Rojas, 2018).
Sin espacio para discutir estas tesis casi astrológicas,
este artículo se limita a examinar la significación e implicaciones de un
acontecimiento previsible –el cambio de gobierno--, como parte de un proceso
político –la transición-- que ni empieza ni termina el 19 de abril de 2018, y
cuyas consecuencias rebasan a los oráculos ideológicos de los dos lados. Se dirige
a examinarlo desde la estructura y composición reales del sistema político y
sus instituciones de poder principales, las existentes como legado de una etapa
que culmina.
Algunos comentaristas parecen olvidar que los políticos actúan
dentro de circunstancias que no eligen ni controlan absolutamente. Esta premisa
elemental de ciencia política, ¿se cumple en “un sistema autoritario”,
unipartidista, expuesto a una nueva relación people to people con EEUU y a la hostilidad de su gobierno, en
medio de un “relevo generacional” de la clase política, que requiere preservar
la estabilidad como requisito fundamental? Para no deslizarse por la pendiente
de una incógnita Cuba posible, se
requieren evidencias y datos, que permitan acercarse a una más tangible Cuba
probable.
Desde ese contexto, se podría discutir con más claridad las
cuestiones relevantes para el futuro inmediato de la política nacional y el
desarrollo del modelo socialista cubano.
¿Qué Asamblea Nacional del Poder Popular ?
El perfil demográfico
de esta ANPP muestra una representación más que proporcional (según el Censo)
de mujeres (53,22 %), negros y mestizos (40,66%) y graduados universitarios
(86%). Más de la mitad está compuesta por nuevos diputados; un poco menos de la
tercera parte está siendo reelegida por segunda vez; una quinta parte ha estado
en la Asamblea al menos desde 2008.
Entre esos diputados, 98% son militantes del PCC o la UJC.
La presencia de diputados que realmente viven y trabajan en
los municipios, considerando todos los trabajadores estatales (dirigentes y
militares incluidos), los órganos del PP (consejos de administración y
municipales), cooperativistas agrícolas y “trabajadores por cuenta propia”,
conforman una gran mayoría de 62,6 %.
Según fuentes oficiales, el conjunto de los trabajadores no
estatales (incluyendo cooperativistas agrícolas, artistas y otros que reciben
ingresos no provenientes de un salario) asciende a 29 % de la fuerza laboral
(ONEI, 2016). Sin embargo, su presencia en la ANPP no llega al 7 %. En el caso
de los “trabajadores por cuenta propia” (con licencias para ejercer una lista
de empleos del sector privado), apenas alcanza 0,5 % de la ANPP, lo que expresa
una extrema subrepresentación. A pesar de la política declarada de incentivar a
las cooperativas como modalidad de trabajo no estatal, en tanto forma de
organización y propiedad social sobre medios no fundamentales de producción, la
representación de las cooperativas no agrícolas es nula.
En el sector de la cultura, la presencia de artistas y
escritores sin cargos de dirección en el momento de la elección es muy escasa.
Aunque hay más científicos en esta ANPP, los únicos diputados que pueden haber
realizado estudios en el campo de las ciencias sociales son unos pocos docentes
universitarios. Ninguno de los centros de investigación (los llamados think tanks) de las universidades, el
sector de la ciencias sociales, la cultura, las relaciones exteriores, etc.
ocupa ningún escaño.
¿Qué significa esta Asamblea en el reflejo del contexto
político específico del próximo gobierno en términos de
representación/renovación/continuidad?
Si se comparara –como veremos más adelante-- con otras
instituciones de poder político --el Consejo de Ministros y el CC del PCC--,
esta Asamblea los rebasa en participación de mujeres, negros y mestizos, y
graduados universitarios.
Ahora bien, la estructura de mayorías y minorías descrita
arriba no solo permite medir su representatividad y diversidad, sino estimar su
potencial dinámica, en caso de que la ANPP se convirtiera en una institución determinante
en el funcionamiento del sistema político cubano, en los términos previstos por
la Constitución vigente. Para cumplirlos bastaría que se dedicara a debatir y
promulgar sistemáticamente las leyes, ejercer la más alta fiscalización sobre
los órganos del Estado y del Gobierno, incluida la eventual revocación de
decretos-leyes y de miembros de los consejos de Estado y Ministros, a discutir
y acordar el sistema monetario, los lineamientos de la política interna y
exterior, extendiera a más de tres días los dos períodos ordinarios de sesiones
al año (cuya frecuencia establece la Constitución, pero no su duración), a
convocar sesiones extraordinaria cuando lo solicitara la tercera parte de los
diputados, así como revisar y proponer enmiendas al orden constitucional (Constitución,
Art. 75 y 78).
Cultura y constitución del liderazgo institucional: el legado político
de Raúl Castro.
Algunos estudiosos han reseñado el papel de Raúl Castro como arquitecto de la
seguridad y defensa de Cuba en más de medio siglo (Klepak, 2012); otros como el autor del “ciclo pragmático más
profundo de reformas económicas” (Mesa Lago, 2012). Algunos más han llegado a
imaginarlo como una especie de Deng Xiao
Ping tropical, cuyo proyecto de liberalización bien inspirado hacia una
economía de mercado se ha atascado, de modo “completamente decepcionante”
(Feinberg, 2017).
En el breve espacio de este texto, me concentraré en dos
aspectos de su legado. El primero es el significado de su liderazgo en la
introducción de concepciones y prácticas dirigidas a naturalizar las reformas,
convertir la consulta con los ciudadanos en una práctica regular y promover que
las instituciones establecidas funcionen de manera democrática plena. El
segundo es la regeneración de la dirigencia y su nueva matriz, lo que algunos
identifican como el “relevo generacional” y otros como “la transición a un
gobierno post-Castro”.
Hacia un socialismo
democrático.
En los debates del VII Congreso del PCC (2016), se reportó
el intercambio entre un veterano dirigente del Partido y un delegado más joven
en torno a la conveniencia de incorporar en los documentos la idea de “nuestra
democracia socialista” (Granma, 2016). Aunque la posición del veterano
prevaleció en el debate –“el concepto de democracia junto al de socialismo
refleja una corriente vergonzante del socialismo”--, los documentos oficiales
finales sobre el nuevo socialismo hicieron explícitas no solo las cualidades de
próspero y sustentable, sino la de democrático.
Los millones de cubanos que debatieron o conocieron los
documentos de los congresos VI (2011) y VII, y de la Conferencia (2012) del PCC
pueden dar fe de que estos reflejan un socialismo diferente al que se defendió
en Cuba hasta entonces. Quien los revise bien difícilmente podría entenderlos
como el camino hacia un “modelo neopatrimonial chino-vietnamita” (Bye, 2017) o
socialdemócrata. En ese nuevo socialismo en construcción, basado no solo en
fórmulas económicas, las nuevas ideas y estilos políticos tienen la marca de
origen de Raúl Castro. Entender sus discursos y decisiones permitirían formarse
una idea precisa.
Unos días antes de asumir el gobierno de manera inesperada,
Raúl había declarado que “la especial confianza que otorga el pueblo al líder
fundador de una Revolución, no se transmite, como si se tratara de una
herencia, a quienes ocupen en el futuro los principales cargos de dirección del
país” (Castro, 2006)[1],
anticipando que el consenso instantáneo de que gozaba el fundador ya no sería
una premisa, y en lo adelante habría que fomentarlo. Su contribución a la
renovación del ideario socialista empezó por naturalizar la discrepancia, y
considerarla parte orgánica de un nuevo consenso. Basta advertir cuántas
expresiones de disentimiento identificadas como “contra” a fines de los 80 e inicios de los 90 se
ubican hoy “dentro” del discurso socialista en el conjunto de la sociedad
--aunque algunos todavía se resistan a verlo así.
A pesar de que algunos dirigentes han repetido que los
cambios se limitan a modernizar el modelo económico, dejando intacta “la parte
política”, los discursos de Raúl han propuesto un socialismo basado en nuevas
mentalidades y prácticas, incluyendo la política
económica. Estas incluyen la necesidad de “dialogar con los ciudadanos”, consultarles
las principales políticas, emplazar a la burocracia resistente al cambio, la
ineptitud del sistema de medios de difusión, los estilos anquilosados de
educación política y trabajo ideológico –lo que él ha llamado “la vieja
mentalidad”.
Su desempeño desde los años 60 a cargo de la defensa y la
seguridad no anunciaba que “nuestro peor enemigo no es el imperialismo” ni sus
aliados en la isla, sino “nuestros propios errores”, las “visiones estrechas y
excluyentes”. Su imagen de militar tampoco anticipaba al defensor de un sistema descentralizado, la toma de decisiones colegiada, el derecho a
discrepar “del que no se debe privar a nadie”, “el debate sin ataduras a dogmas
y esquemas inviables”, la erradicación del “secretismo informativo en todo lo
que define el curso político y económico de la nación”, de la “barrera
psicológica formada por el inmovilismo, la indiferencia,” que impide “transformar
conceptos erróneos e insostenibles acerca del socialismo”, la mala copia de
“otras experiencias socialistas”, y al mismo tiempo la necesidad de “no ignorar
incluso las positivas de los capitalistas.”
En su énfasis sobre la democracia, ha afirmado que para
seguir teniendo un partido único, tiene que ser “el Partido de la Nación
Cubana,” “el más democrático,” “dar el ejemplo en sus propias filas,” ser capaz
de “promover la mayor democracia en nuestra sociedad”, lo que “contribuirá a
superar actitudes simuladoras y oportunistas surgidas al amparo de la falsa unanimidad y el formalismo.” Se
trata de “acostumbrarnos a decirnos las verdades de frente, discrepar y
discutir, incluso ante lo que digan los jefes” y “desterrar la mentira y el
engaño en la conducta de los cuadros, de cualquier nivel.”
Los documentos políticos del gobierno tampoco son intocables.
“El programa de la revolución se debe actualizar cada cinco años para que
responda siempre a los verdaderos intereses del pueblo”. No debe leerse como
“una obra totalmente terminada ni con un prisma estático o dogmático”, sino
“una guía para continuar avanzando en las reformas del sistema”, incluyendo la
conceptualización sobre el socialismo mismo. “Así se asegurará también el
permanente perfeccionamiento y profundización de la democracia socialista.”
Muchas de esas ideas y políticas no han llegado aún a
legislarse. La agenda de proyectos de ley anunciados, pero pendientes, abarca la
estructura y poderes de los municipios, las pequeñas y medianas empresas, el sistema electoral, las empresas del sector
público, la política de comunicación, otro código de familia. Se requiere además
actualizar una legislación envejecida sobre asociaciones, cultos religiosos, y otros
temas. La VIII Legislatura acordó designar una comisión para estudiar una nueva
reforma constitucional, que debería impulsar, debatir y aprobar una Asamblea
Nacional cuya actividad legislativa llegara a rebasar la de los consejos de
Estado y de Ministros.
La nueva dirigencia
política: ¿una matriz?
El rejuvenecimiento del liderazgo está en el núcleo duro del
legado de Raúl. Él mismo ha puesto sobre la mesa una norma sin precedentes
(“limitar a un máximo de dos periodos
consecutivos de cinco años el desempeño de los cargos políticos y estatales
principales”), que debe esperar por una reforma constitucional para hacerse
firme. Si en lugar de declararlos una mayoría de “octogenarios” (Bye, 2017), se
mira detenidamente a la dirección del gobierno y el Partido del periodo de Raúl,
se verá que ese “traspaso intergeneracional del poder” (López-Levy, 2018) ya
había empezado y avanzado desde hace años.
Según un estudio de hace cuatro años (Hernández, 2014), la
edad del Consejo de Ministros y el Comité Central del PCC era de 58 años. Esta
coincidía con la titulada “generación
escondida”, llamada así por comentaristas de la política cubana como el
ex–policía y politólogo aficionado Mario Conde (Padura, 2013, p. 24).[2]
Curiosamente, esta “generación escondida” había empezado a reemplazar en los
hechos a la clase política “histórica”, y lo estaba haciendo mucho antes de lo
vaticinado.
El CC del PCC elegido en el VI Congreso (2011) había
reducido su edad promedio a 57 –y
seguiría bajando hasta 54 en 2016. Ya en 2014, el 80 % de los 15 presidentes de
asambleas provinciales del Poder popular tenía menos de 50. Y ninguno de los 167
secretarios municipales del PCC, salvo uno, pasaba de lo que en Cuba se suele
llamar “la media rueda” (50 años) (Hernandez, loc.cit.).
En cuanto a la dirigencia a nivel nacional, las edades en el
Consejo de Ministros de Raúl iban de 50 a 87, pero ya más de la mitad de estos estaba
por debajo de la línea de 60 años. O sea, que la supuesta “generación
escondida” ha sido parte del gobierno en los últimos diez años, y debe seguir
en el Comité Central del PCC por lo menos hasta el próximo congreso en 2021.
¿Quiénes son esos más altos dirigentes cubanos? El Buró
Político del PCC salido del VII Congreso (17 miembros) ha sido el primero donde
los cargos por perfil profesional (9) –defensa, economía, diplomacia, salud
pública, ciencia y técnica—rebasan al número de dirigentes políticos de carrera
(8). Entre esos cuadros políticos, 5 han dirigido en las provincias, y 3
ingresaron al BP bajo el mando de Raúl. Este patrón que encamina a dirigentes
provinciales del PCC y el Poder Popular hacia el más alto nivel nacional
también resulta parte de su legado.
En cuanto a los ministerios y organismos centrales, la
mayoría (2/3) de las principales áreas de origen de sus máximos dirigentes son
la economía estatal, la dirigencia partidaria y las fuerzas armadas --22% del
Consejo cada una. En cuanto al perfil profesional, la especialidad de mayor
frecuencia –incluido el primer vicepresidente-- es ingeniería (9). Entre
economistas e ingenieros se concentra el 44 % del gabinete.
Fuente: cálculo de autor, sobre datos en http://www.parlamentocubano.cu/index.php/consejo-de-ministros/
El estilo de liderazgo de esta mayoría del gabinete de Raúl
--cuyo primer vice ha sido un ingeniero electrónico durante cinco años-- se
orienta hacia un modelo sistémico, basado en control de indicadores, chequeo de
flujo, y una lógica que prioriza la eficiencia. En esta razón ingeniera,
diferente a la del puesto de mando militar, o al espíritu guerrillero
predominante en etapas anteriores, radican sus mayores potencialidades --y
también el sesgo tecnocrático presente en algunas de sus formulaciones.
En cuanto a diversidad de género y color de la piel, la
tabla anterior muestra que la tercera parte del Consejo de Ministros han sido mujeres
–representación superior a gabinetes anteriores, aunque todavía insuficiente.
En el Buró Político, donde también son minoría, las mujeres han pasado de cero
o una, a 4 (25 %). Los no blancos ese alto mando del PCC representan 35 %.
Por demás, la política de rejuvenecimiento en curso ha
llevado a que la edad promedio de los dirigentes máximos del PCC en cada una de
las 15 provincias y el municipio especial Isla de la Juventud haya descendido a
52 (2018) --cinco años más joven que la del vicepresidente Díaz-Canel. Según
datos oficiales recientes, la edad promedio de la nueva ANPP se redujo en cinco
años respecto a la de la VIII Legislatura (Granma, 2018) --es decir, de 54 a
49.
La cuestión de “los
militares”.
Algunos de los observadores mencionados al principio de este
artículo dan por sentado que el área política más incierta y problemática en la
transición al nuevo gobierno es la marcada por las “nuevas relaciones” entre
“los militares” y los “civiles”. Esta
incógnita parte de asumir que el de Raúl es “un gobierno de militares”, para
preguntarse luego si un presidente civil va a estar en desventaja ante ese
“estamento” de poder dentro del sistema cubano.
Un poco de perspectiva histórica permitiría apreciar el
significado real de esta cuestión.
Cuando se mira la foto del primer CC del PCC, fundado en
octubre de 1965, se puede observar que 70 de sus cien miembros visten de verde
olivo. Para quien ignore la historia de la revolución, ese uniforme puede
producir la ilusión óptica de que todos esos militares tienen un mismo código
genético político. A diferencia de Charles de Gaulle, Dwight Eisenhower, Juan
Domingo Perón o Gamal Abdel Nasser, los que integraron el liderazgo
revolucionario, combatieron en la Sierra (los frentes guerrilleros) y en el Llano (las organizaciones
clandestinas), y ocuparon las principales responsabilidades al frente del nuevo
estado, incluidas tareas en las fuerzas armadas y la seguridad, no se educaron
en colegios militares ni pasaron de generales a líderes políticos. Caracterizar
a Fidel Castro como militar resulta simplista; lo mismo que reducir la
contribución del Che Guevara al socialismo cubano a su rol como guerrillero.
La mayoría del liderazgo que ha integrado la llamada
“generación histórica” responde a estas características. Las FAR representaron,
desde los años 60 y siguientes, una puerta giratoria con las instituciones de
la revolución, el Estado y el PCC. Prácticamente todos los ministerios
–educación, construcción, industria azucarera, transporte, comunicaciones,
pesca, agricultura, etc.-- fueron
dirigidos entonces por oficiales de las FAR –algunos retirados, otros en
activo--. Entre los años 70 y 90, miembros del secretariado del Partido --a
cargo de las relaciones internacionales o el sector ideológico--, presidentes
de la Asamblea Nacional, fiscales generales o directivos de la Academia de
Ciencias tuvieron (o mantuvieron) grados militares. Algunos autores han
identificado con el concepto del “soldado cívico” a esta condición híbrida de
la dirigencia cubana (Domínguez, 1978).
Naturalmente, hace tiempo que las FAR se profesionalizaron. Y
aunque el liderazgo de los ministerios de la defensa y la seguridad sigue
estando en manos de oficiales “históricos”, ya profesionalizados, ninguno de
los actuales jefes de los tres ejércitos bajó de la Sierra ni combatió en el
Llano, sino se formaron en academias militares y en las guerras africanas.
La presencia de cuadros militares en tareas de la economía
nacional, y de las FAR como institución dedicada a asegurar no solo “los
cañones”, sino “los frijoles”, tuvo un nuevo giro desde la crisis del Periodo
especial. Pero adjudicarle al “legado normativo de Raúl Castro el control
militar de la economía” y considerar que “el régimen en Cuba seguirá acorralado
por la familia Castro y el Ejército” (Corrales y Loxton, 2018) resulta una
tesis difícil de demostrar con números y hechos.
Ante todo, ¿en qué medida el gobierno de Raúl como
presidente incorporó realmente a una cantidad apreciable de oficiales retirados
o en activo? Ya el último Buró Político (BP) elegido bajo la dirección de Fidel
en 1997, incluía a 7 militares, sin contar al Segundo secretario del PCC,
Raúl. En el elegido por el VII Congreso
(2016) quedaban solo 4, y ninguno incorporado bajo el gobierno de Raúl.
Los ministros provenientes de las instituciones armadas en ese
gobierno, aparte de él mismo, y los encargados del MINFAR y el MININT, se
reducen a dos vices, un secretario, y dos ministerios económicos –Industria y
Transporte. Ramiro Valdés, aunque viste de uniforme, dejó de desempeñar tareas
relacionadas con la seguridad hace más de treinta años (1961-1968 y 1979-1985),
y se ha ocupado de otros sectores (construcción, electrónica, comunicaciones),
como sigue hasta ahora. Sin contarlo a él y a Raúl, los militares en activo o
retirados serían apenas 19 % del CM –contra una mayoría de 44 % de ingenieros y
economista. En cuanto a los puestos principales a cargo de la economía
nacional, la cuenta es clara: 4 de los 6 vices del gabinete, y 13 de los 15
ministerios económicos han sido dirigidos por civiles –no identificables con el
“soldado cívico” ni la “generación histórica“.
Analizar el espacio real –a veces sobreestimado-- que las
empresas de las FAR ocupan en la proyección del desarrollo económico cubano
actual rebasaría la extensión de este artículo y su foco principal. En todo
caso, sí convendría considerar que el reconocimiento a la capacidad empresarial
de las instituciones militares en su participación dentro del actual sector
público cubano implicaría verlas como parte integral del nuevo modelo
socialista. Aunque algunos economistas no parecen compartirlo del todo, la
propia evaluación sobre la eficacia y la eficiencia empresariales en el
socialismo exige una perspectiva no meramente corporativa o tecnocrática, que
incluya entre los índices de eficiencia la aplicación de prácticas
sustentables, nivel de retribución y participación de los trabajadores,
probidad en el manejo de los recursos, protección ambiental e interacción
comunitaria. La capacidad de todas las corporaciones estatales para comunicarse
y cooperar con actores sociales diversos, trabajadores y ciudadanos en general
--lo que suele llamarse responsabilidad social empresarial— tendría que servir
como vara de medir la gestión de “la empresa socialista” tanto de las militares como de las civiles.
Las cifras y comentarios anteriores no se dirigen a
disminuir el papel de los militares en un gobierno encabezado por un General
Presidente (que seguirá siendo el Secretario general del Partido), sino a
analizarlo en sus atributos políticos. Se trata de colocar ese rol en
perspectiva, a las instituciones armadas como segmentos de un Estado y de
estructuras de poder más complejas, cuyas políticas dependen hoy menos de
habilidades militares clásicas, como el mando único, el principio de
verticalidad y obediencia, la concentración de decisiones en el estado mayor,
el avance mediante campañas, la concentración de fuerzas en dirección al golpe
principal, o la conquista de objetivos estratégicos pagando incluso costos muy
altos si así se determina. O para el caso que nos ocupa, de habilidades
gerenciales adquiridas, tangentes en cierta medida con las anteriores.
Dada la sociedad cubana actual, su contexto histórico, y los
desafíos del desarrollo, esas políticas (económicas incluidas) se relacionan menos con técnicas de gerencia y
habilidades de gestión, y más con capacidad para aplicar el conocimiento a la
innovación, transparencia informativa, descentralización no limitada a desconcentrar
las decisiones, evaluación informada de los problemas, transformación del sector
estatal hacia una mayor autonomía y horizontalidad de sus instituciones,
valoración de impactos sociales y políticos en sectores sociales en desventaja,
extensión del sector no estatal y papel de los nuevos sujetos económicos,
funcionamiento eficaz de la ley y participación ciudadana real.
En estas y otras capacidades se probará realmente el nuevo
gobierno.
Consideraciones finales: ¿cuáles preguntas?
A lo largo de casi 59 años, desde que “las guerrillas
bajaron de la Sierra”, la capacidad del orden político cubano de reproducirse
mediante el cambio es la clave de su estabilidad. Entre el socialismo de los
60, el de 1970-90, y el que sufrió los embates de la crisis llamada Periodo
especial, ocurrieron cambios de fondo, que produjeron más de un reordenamiento
del sistema institucional, modificaron los contenidos ideológicos del comunismo
cubano, integraron a generaciones que no estuvieron en la Sierra (o el Llano),
y se constituyeron sobre una sociedad multigeneracional y cada vez más
diferenciada en su estructura socioeconómica.
A partir de los 90, esas críticas y discrepancias,
perceptibles alto y claro en una esfera
pública cada vez más autónoma, obtuvieron carta de naturalización “dentro” del
sistema, también a oídos de líderes viejos y nuevos.
A pesar de cambios palpables, sin embargo, varios años
después de haberle transferido el mando a Raúl, algunos expertos afirmaban que
Fidel seguía gobernando, pues “eso decía todo el mundo en Cuba”. Aunque las
políticas y el estilo de liderazgo de Raúl resultan bien diferentes, aún
algunos declaran hoy que “el modelo carismático de Fidel” siguió vigente en la
presidencia de Raúl.
Esa misma inercia mental que impregna las visiones sobre la
política cubana determina que el nuevo gobierno sea considerado por algunos,
aun antes de tomar posesión, como impedido genéticamente de actuar por sí
mismo. La ineptitud para apreciar los cambios políticos reales refleja también
un lastre ideológico que no deja ver lo que no responda a un paradigma
prefijado. Paradójicamente, este lastre funciona igual en ambos extremos del
espectro ideológico --ciegamente en contra o en pro. En efecto, cuando se dice
que “no habrá cambio político mientras no exista un sistema multipartido y
elecciones presidenciales directas”, los dos extremos coinciden en afirmar la
“inmutabilidad” política –de un lado, como maligna; del otro, como virtuosa.
Las preguntas cubanas de fondo sobre el nuevo gobierno se
colocan más allá de esta ecuación binaria.
¿Puede una Asamblea Nacional con un 98 % de militantes del PCC y la UJC
interpelar a los ministros, cuestionar su gestión y removerlos cuando haga
falta –según norma la Constitución cubana actual y ocurre en otros sistemas
socialistas (como Vietnam)? ¿Es la diversidad y el debate de ideas dentro del
Partido, las instituciones representativas del Poder popular, las
organizaciones e instituciones del sistema, un síntoma de división y debilidad
política –o todo lo contrario? ¿Se necesita “un partido de acero” o uno que
demuestre “sentido del momento histórico”, “cambie todo lo que deba ser
cambiado”, capaz de liderar “con inteligencia y realismo”? (F. Castro, 2000).
La IX Legislatura, que acompañará al nuevo gobierno, y cuya
edad promedio es 8 años menor que la del nuevo presidente, podría empezar a
ejercer esas atribuciones constitucionales, aunque fuera de modo paulatino, a
lo largo de su naciente mandato. Solo eso ya marcaría una renovación de fondo
en el funcionamiento del sistema político, y en la dirección del discurso de
Raúl Castro durante su presidencia.
El legado de Raúl es importante porque abarca ideas sobre un
socialismo sustentable, próspero y democrático, legitimadas por el sello de la
“generación histórica”. También lo es porque incluye políticas ya acordadas y
anunciadas, en algunos casos, hace dos años o más. Se trata de acabar de
aplicarlas, para lo cual el apoyo que el nuevo gobierno reciba de Raúl al
frente del PCC resulta crucial.
Sería contradictorio suponer que este pusiera cortapisas a
su propio legado, incluido el relevo de un presidente capaz de desempeñarse con
efectividad y obtener su propio reconocimiento. Se trata de su
transición, la concebida por él para asegurar la continuidad renovada del
socialismo cubano. Suponer lo opuesto, sería tan contradictorio como que Fidel,
al pasarle el mando, se hubiera dedicado a no dejarlo tomar sus propias
decisiones o a no apoyarlas.
Los retos del nuevo gobierno son conocidos. El primero de
una larga lista, en términos de los trabajadores, es restablecer el poder adquisitivo del salario
en un mercado de oferta y demanda, privado y estatal, con precios muy por encima
del salario promedio. Pero también dispone de fortalezas, que pueden
aprovecharse a fondo.
El nuevo presidente dirigirá una sociedad cuya fuerza
laboral tiene casi 30 % de graduados universitarios, más que representados en
la ANPP, el CC y el Buró Político del PCC; una clase política ampliamente
renovada en cada una de sus instituciones; y liderazgos provinciales jóvenes,
donde hay figuras capaces, con autoridad política y moral, y apoyo popular.
Incorporarlos al nuevo gobierno aplicaría la lección de Raúl sobre la prueba
local de los dirigentes políticos, ilustrada en el caso de Díaz-Canel. Entre
esos que dirigen el Poder popular y el Partido en las provincias, se incluyen
mujeres, que podrían elevarse al nuevo Consejo de Ministros --donde ahora solo
son 30 %-- ya que representan la mayoría absoluta de los profesionales del
país.
¿Cuál es la composición del Consejo de Estado que eligió la
Asamblea? Pero sobre todo, del Consejo de Ministros que el presidente le propondrá
en el periodo de sesiones de julio próximo.¿Cuáles los orígenes y experiencia
de sus miembros? ¿En qué medida se distinguirá del gobierno de Raúl? Aunque
algunos expertos y reporteros no reconozcan sus nombres, es probable que la
mayoría del nuevo gobierno esté formada por figuras políticas y técnicos
menores de 57 (la edad de Díaz-Canel), pero no outsiders del sistema. O sea, educados y criados en las mismas
instituciones, promovidos según sus reglas de mérito, y expuestos a los debates
y problemas de los últimos 10-20 años –no egresados de otras escuelas o
familias políticas. Su selección podría estar más guiada por la representación
de sectores, instituciones y tendencias dentro de ese socialismo cubano actual
–en lugar de un gabinete compartido casi totalmente por figuras del partido,
contribuyentes y seguidores del candidato vencedor, como ocurriría después de
las elecciones (democráticas, claro) en otros lares.
Algunos observadores han imaginado una regla que
supuestamente predetermina al vicepresidente como próximo presidente (Rojas,
2018). Sin embargo, vaticinar que el vice en 2018 será el presidente dentro de
cinco años carece de fundamento. De cualquier manera, tratándose del “número
dos” del gobierno, y su eventual reemplazo, no carece de importancia. El
elegido, Salvador Valdés Mesa, es un veterano dirigente sindical y ex-ministro
del Trabajo, negro, miembro del Buró Político del PCC –como Díaz-Canel--, que
pronto cumplirá 73 años.
En cuanto a la composición de la actual dirección del PCC,
este Comité Central deberá permanecer hasta 2021. Sin embargo, los miembros del
Secretariado y los del Buró Político pueden renovarse cada vez que el CC del
PCC lo acuerde (Estatutos, art. 47).
Durante el mandato de Raúl como Primer Secretario del PCC, por ejemplo, se
produjeron altas y bajas en ambos órganos, que no coincidieron siempre con los
congresos partidarios. Así que no existe regla que determine la permanencia
inamovible de ningún miembro, incluidos los actuales “históricos”, en el BP.
Por último, está el tema de “los militares” y su papel en un
gobierno presidido por “un civil”. Ante todo, es útil aclarar que las
trincheras ideológicas o burocráticas resistentes a los cambios y su
implementación no están uniformadas. Confundir el “núcleo duro de la ideología”
y la renuencia a las reformas con “los militares” revela poca familiaridad con
la dinámica cubana de los últimos diez años.
Tampoco está en la idiosincrasia de esas instituciones
militares disponer de feudos de acumulación privada, colocar o descolocar
presidentes y gobiernos locales, participar de redes de negocios o contubernio
con el crimen organizado, y sacarlas tropas a la calle con vehículos blindados
a reprimir manifestaciones –como ocurre en otros países de la región y del
mundo gobernados por “civiles”.
Suponer que tienen intereses corporativos propios al punto
de desencadenar pugnas “inter-elites” en torno al poder político, que puedan
poner en peligro la unidad del gobierno en un momento complejo, exponer la
estabilidad del país y la seguridad nacional, ofreciendo un flanco a la
intervención directa o encubierta de los EEUU, resulta incongruente con la
preservación del sistema, con su formación profesional y cultura institucional,
e incluso con sus roles asignados en áreas del sector estatal.
Como muchos cubanos saben, el nuevo presidente ha sido
alguna vez profesor universitario, aprecia el valor del conocimiento para
construir políticas públicas ilustradas, sabe cómo comunicarse eficazmente con
la gente de la calle, así como con intelectuales, periodistas y funcionarios
del Partido. Su reto mayor no radica en entenderse con los militares, sino en
lograr que el sesgo tecnocrático y la lógica eficientista de los ingenieros y
economistas que constituyen la mayoría del actual gobierno no marquen la
proyección del nuevo. Esta es una oportunidad quizás única para renovar el
estilo político gubernamental, dejar atrás definitivamente el del puesto de
mando y la guerrilla, y hacer uso extensivo de todas las tecnologías de la
información y de la comunicación, para algo tan vital como compenetrarse con la
gente y sus problemas; dejar atrás imágenes de los dirigentes como instructores
políticos o tecnócratas, y ejercer un rol más cercano al de pedagogos capaces
de escuchar y dialogar, conseguir la participación de los trabajadores en la
solución de los problemas, clave para articular un nuevo consenso.
En el fondo, el desafío que se le presenta a este nuevo
gobierno es el de una transformación cultural en el estilo de hacer política en
Cuba.
La Habana, 17 de abril, 2018.
Rafael Hernández es politólogo y dirige la revista cubana de
ciencias sociales Temas.
………………………..
Referencias.
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May 4, 2017. http://journal.georgetown.edu/cubas-uncertain-future/
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Castro y quién tendrá el poder real en la nueva etapa que comienza?”, 12 de
marzo, 2018. http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-43267532
“El bienestar de los cubanos, clave del Plan de Desarrollo
Económico y Social hasta el 2030” (Yudy Castro Morales y Sergio Alejandro
Gómez, Comisión 2, VII Congreso PCC), Granma, 17 de abril 2016.
Fidel Castro, “Discurso en la Plaza de la Revolución”, 1 de
mayo de 2000. http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2000/esp/f010500e.html
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capitulo 9 ("The Civic Soldier.")
Richard E. Feinberg, Order from chaos. What will
be Raúl Castro’s legacy?, Brookings blog, December 4, 2017. https://www.brookings.edu/blog/order-from-chaos/2017/12/04/what-will-be-raul-castros-legacy/
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2014.
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(Dan Eriksson, Jaime Suchlicki, Paul Hare, et al).
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Story, New York, Palgrave Macmillan, 2012.
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del cambio presidencial en Cuba”, eldiario.es, 19 de marzo, 2018.
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económico-sociales y sus efectos, Madrid, Colibrí, 2012.
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salarios, Tabla “Ocupados en la economía según situación del empleo” (p. 11).
http://www.one.cu/aec2016/07%20Empleo%20y%20Salarios.pdf
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Tusquets Editores, 2013 (p. 24).
Rafael Rojas, “La sucesión sin reformas”, Política exterior,
Vol. 32, Nº 181, 2018, págs. 13-18
Mimi Whitefield and
Nora Gámez Torres, “Raúl Castro: Will he stay in power in Cuba or retire?”,
Miami Herald, November 21, 2017.
Por Cuba.
Elecciones generales 2017-2018. SUPLEMENTO
ESPECIAL. Jueves 1-martes 13, Febrero del 2018 (serie). www.granma.cu
[1] En lo adelante, las citas textuales entrecomilladas de Raúl
corresponden a discursos públicos pronunciados entre 2006 y 2016.
[2] Con esta metáfora (que algunos lectores de novelas han tomado como un
concepto explicativo de la sociedad cubana actual) se identifica a la
generación que fue demasiado joven para acceder a la movilidad ascendente de
los 60 y 70, y aunque luego asumió arduas tareas (como la guerra de Angola),
habría tenido la supuesta fatalidad de resultar muy vieja para relevar a la
“generación histórica”, al final de los años de presidencia de Raúl Castro.
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